La fusión entre las tradiciones musicales y las nuevas tecnologías, la mezcla de géneros y el intercambio entre el pasado y el presente son los verdaderos protagonistas del Festival de Otoño de Buenos Aires
La música es una de las formas del placer, y para muestra allí está el Festival de Otoño de la ciudad de Buenos Aires. El año pasado, Goran Bregovic y Diego el Cigala demostraron que en la actualidad no hay cultura sin mestizaje, y en el encuentro de la fanfarria con la música balcánica o del tango con el flamenco dibujaron un horizonte posible de la música popular contemporánea.
Para esta segunda edición, el horizonte se amplía e incluye la chalupa y el bullerengue de la colombiana Petrona Martínez, el samba-reggae percusivo del combo brasileño Olodum, la elegancia latin-lounge de Pink Martini, la electrónica peruana de Novalima y el jazz cabaretero del italiano Vinicio Capossela, entre otros grandes nombres de esa auténtica galaxia sonora enfrascada bajo el dudoso rótulo de “músicas del mundo”. Del domingo 13 al sábado 19, y aún a pesar de su incierta clasificación (“Si bajo ?música del mundo’ se engloba todo aquello que no es estadounidense o inglés, ¿U2 también es world music ?”, preguntó alguna vez, con razón e ironía, el rockero argelino Rachid Taha), la elegancia y la potencia de los sonidos que representan a distintas culturas aterrizarán en La Trastienda y el Buenos Aires Lawn Tennis Club, quizá dispuestos a demostrar que la música es una de las formas del placer y, también, sensualidad en movimiento.
Por Leonardo Tarifeño
Diario LA NACION
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